sábado, 23 de abril de 2011

Sonría, lo estamos fotografiando

Tercer informe, exposición fotográfica.
Por Piero Saavedra
Lo que quizás más llama la atención de la exposición fotográfica “Alberto De Agostini: explorador salesiano de los territorios magallánicos” -vigente hasta este mes en Centro Cultural Palacio La Moneda- es la relación, conexión o recepción que manifiestan las comunidades primitivas frente al lente de la cámara del religioso italiano y cómo en ello reconocemos la concreción del concepto de animalidad o estado precultural al que apelaba el antropólogo Bronislaw Malinowski [1].
Afirmamos esto porque el ejercicio de De Agostini sitúa al otro, per se, en un comportamiento irreflexivo. En efecto, los indígenas no reparan en el hecho que una cámara fotográfica los fotografía. Probablemente tampoco se percatan de que sus imágenes se convertirán en material de trabajo de la Congregación Salesiana o que sus retratos se someterán al procesamiento cultural urbano. Se entregan, entonces, a una actividad que se hace por sí misma, sin atender en sus consecuencias. En la fotografía de los indígenas alacalufes en su canoa queda esto más al descubierto: algunos de ellos miran al aparato cual inofensivo y peculiar “juguete”.
Posar para la cámara improvisadamente corresponde, en efecto, a un fenómeno circunstancial, que bien ubica Humberto Maturana no dentro de los márgenes de la conciencia humana, sino de un operar animal. “Entendemos por conciencia el darse cuenta reflexivo del darse cuenta, que nosotros los seres humanos podemos vivir como seres que existen en el lenguaje (…) Así, si llamásemos conciencia al operar animal sin requerimientos de indicios de un darse cuenta reflexivo, podríamos afirmar que todo animal opera consciente de su espacio relacional interno y externo. Yo prefiero no hacerlo” [2].
Ahora bien, reconocemos que las fotografías en buena parte refuerzan el sentido que Malinowski le asigna a la construcción del otro por la diversidad. De tal manera que observamos la existencia, ya no de hábitos, sino de costumbres entendidas como “comportamientos culturales” o “actividades permanentes y estables”[3] que fueron complejizándose desde que los selknam llegaron a “territorio fueguino antes que se constituyera en isla hace aproximadamente unos 10 mil años”[4].
En la fotografía, por ejemplo, de dos mujeres selknam trasladando agua en bolsas, se percibe una práctica sistemática en un rango de tiempo. Lo mismo cuando aparecen dos hombres con sus arpones de caza. Estas labores responden no a atributos en gradaciones menores, sino a la existencia de instituciones que cumplen funciones, a saber, la satisfacción de necesidades básicas. Principios institucionales basados en la organización de grupos cooperativos, empleo de equipamiento material -cestos de junco, bolsas de cuero, arpones- y desarrollo de conocimientos, de un sentido de valor y de la moral [5].

Sin ir más lejos, las últimas fotografías citadas ilustrando actividades o medios para la satisfacción de necesidades, evidencian el cumplimiento, en un orden distinto, de funciones con una cierta especialización y diferenciación. En las instantáneas aquilatamos que si conseguir comida era tarea de los varones cuya excelencia en el uso del arco y la flecha se hizo proverbial, cuidar la casa y coger mariscos si el hambre obligaba a hacerlo era la de las mujeres [6]. Así las cosas, la exposición contribuye sustancialmente a la construcción de sentido en el mundo ajeno de las categorías de nuestra sociedad.

Referencias:
[1] [3] [5] BOIVIN, Mauricio et al. (2004) Constructores de Otredad. Una introducción a la antropología social y cultural. Buenos Aires: Editorial Antropofagia. Cap. 2.
[2]Maturana, Humberto (1997) La Objetividad: Un argumento para obligar Santiago: Dolmen ediciones p. 142-143
[4] [6] Wikipedia






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